Conclusión del acto, cuento ganador

Conclusión del acto
Por: Paola Armijos
ISM International Academy.

“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que el también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”
Las Ruinas Circulares - Jorge Luis Borges
¿Dónde está el pensador?” grita el mago y el auditorio se descoloca frente a la pregunta que, aunque retórica, pretende la clemencia de una respuesta. El depresivo mago reproduce axiomas y ecuaciones descoloridas en su mente. Dentro de siete minutos caerá en el escenario la daga sangrienta que gobierna el espectáculo.
-          Y una mudrá nace de las ramas más versátiles de un hombre – dice con más pasividad el mago.
El público empieza a entusiasmarse frente a la invitación. Cinco minutos. Una vieja de manos artríticas llora de impotencia y un infante a su lado le lanza una carcajada cruel. El mago pide “silencio de mausoleo” y los embozos mutan en murmullos. El antiquísimo truco de la desmembración doble se acerca, y como nunca o al menos no desde su juventud, un subrepticio nervio le sube hacia el encéfalo; la sapiencia de su acto y de sí mismo llega a ser evaluado por el mago.
“¿Dónde está el pensador?” susurra ahora mientras recoge una manzana verde de una bandeja oxidada en el suelo. Dos minutos. Se enciende una luz que viaja inclinada desde el palco más alto del frente.
Las manos del hombre parecen diluirse para calzar entre sí en las esculturas vaporosas que va formando. Es la mitad de su acto, su número de magia. Muchas de las personas de la audiencia retuercen el rostro asombradas por las contorsiones del mudrá. Medio minuto.
La rapidez es invariable, convergen semblantes divertidos, asustados, ninguno permeable. Sin más segundos, la daga cae casi como una pluma, sensibilizando el ambiente al ritmo del aire que la mueve. El mago se planta con la manzana en la boca y el mudrá a medio hacer en las manos. La decima posición es la más exquisita, la menos probada por su misticismo. La daga cae en medio del cráneo del mago, aún siendo pluma es vigorosa y divide su cuerpo en dos partes desde la cabeza hasta terminar en la abertura de las piernas a los pies y cayendo al suelo.
El mudrá no se ha desvanecido, las manos sueltas y desmembradas siguen queriendo asirse a la forma escéptica, así vuelve a sí mismo en frente de la inquietud palpitante de la audiencia que lo agarra con las piedras de sus miradas, mientras siente dolor en sus ojos, el sabor casi amargo de la manzana y la naturalidad de sus manos.

“¿Dónde está el pensador?” se dice para sí mismo, luego lo repite sin ademanes y une las manos para concluir el acto, así como los espectadores las unen para formar sonoros aplausos que alimentan al mago. Este a su vez se va consumiendo por el orgullo y no es más, o nunca ha sido porque no sabe si piensa o si recuerda. 

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