Efraín Jara Hidrovo. poeta invitado

EFRAÍN JARA IDROVO. Premio Eugenio Espejo 1999.

Poemas seleccionados

Libro: LOS ROSTROS DE EROS
Autor: EFRAIN JARA IDROVO
TRIPTICO, poema I, pág. 51
¡Nada presuma duración, si empieza!
La luz abre a la flor y la convoca
a desplegar su antorcha de fragancia,
para luego estrujar su gallardía.
En el aire, igual que una bisagra,
se abren las alas de la mariposa;
vuela de rosa en rosa, pero un día
yace en tierra abatido su velamen.
Todo en el hombre es doblemente aciago:
hecho para morir, contagia muerte
a cuanto tocan manos y la mente.
¡El tiempo no transige! Flor instable,
lazo en trenza del aire, mariposa,
y el hombre han de finar, porque comienzan.
Libro: el mundo de las evidencias
Autor: EFRAIN JARA IDROVO
Poema: FUNERAL DE LA GOLONDRINA
pág. 39
La fragata del viento llegó con la noticia
y las ranas doblaron su campanario de agua.
¡Murió la golondrina, a las seis de la tarde!,
a la hora en que solía posarse en los alambres,
rendida, con su oscura librea de ceniza.
La encontraron tendida sobre el húmedo trébol:
la flor del infinito anidaba en sus venas.
A las seis de la tarde, tocó con su violeta
la muerte en su albo pecho con nitidez de nieve.
A la hora de los grillos, se rompió su tijera
en el tejido abstracto de la eternidad.
Ya eran las seis cuando sollozó la neblina
al ver que no escoltaba su lenta caravana.
A la luz de un lucero, hallaron detenido
su corazón pequeño, como un grano de trigo.
¡Nunca volvió a medirla el reloj del rocío! . . .
Encendía el crepúsculo suntuosos candelabros
y el alhelí tenía miedo de los fantasmas,
cuando sintió, de pronto, la frágil golondrina,
una pesada niebla enredarse a las alas,
una música espesa invadir sus arterias
y, por primera vez, el peso azul del cielo.
Sintió endurarse el aire, cuajarse en amapola
su sangre, más que sangre, desvelo de la brisa.
Miró la lejanía dilatando sus círculos
y la sintió cercana, como anillo al dedo,
porque iba disolviéndose en veloz transparencia.
¡Murió la golondrina!, comentaban las dalias
en su callada lengua de polen y perfume.
Murió súbitamente, mientras condecoraba
el pecho de la tarde con la primera estrella.
¡Murió la golondrina! Supieron las luciérnagas
y encendieron sus cirios de esmeralda y topacio.
Se evaporó la abeja que animaba su vida:
sólo quedó en la tierra la cápsula de plumas.
¡Murió la golondrina!, le contaron al viento,
y el viento desmayóse en brazos de una niña.
¡Sí, debe haber un cielo para las golondrinas!
Pero no precisaron bajar los serafines
para llevar su espíritu a la fronda celeste:
fue tan puro y liviano, que ascendió por sí mismo,
como suspiro, aroma, o el sueño de una virgen . . .
Libro: el mundo de las evidencias
Autor: EFRAIN JARA IDROVO
Poema: ULISES Y LAS SIRENAS
pág. 87
¿Hacia dónde navega,
Ulises, tu tirreme
con sus remos de sangre y velas de delirio?
¿Vas al centro de tu alma?
¿Buscas amor? ¿Certeza?
El viento de ti nace y hacia ti te conduce.
Navegando, viviendo,
el puerto que te espera
es tu rostro perdido el día en que zarpaste.
Fuera de ti no hay puerto.
Tu viaje es un retorno.
La espuma de la orilla sólo en ti se prosterna.
Tú no miras, Ulises.
Cuando miras, sorprendes
tu soledad volviendo a su propia constancia.
Formas vanas, reflejos:
olas, rocas, gaviotas.
Mundo es lo que te sobra y escapa por tus ojos.
¡Pon cera en tus oídos!
Las sirenas te llaman.
Fuera de ti no hay muelles, ni arena, ni evidencia.
Fanales insidiosos
-- materia, sexo, tiempo---
apresuran tu nave contra las escolleras.
Mar adentro, alma adentro,
la gran fosforescencia
de tu conciencia engendra la luz del universo.
Cuando al mirar las nubes
veas que no son nubes,
sino tu alma que escapa, Ulises, ¡suelta el ancla! . . .
Libro: el mundo de las evidencias
Autor: EFRAIN JARA IDROVO
Poema: DESTELLOS DE UNA INFANCIA SOLITARIA
pág. 93
¿Dónde guardas el rostro, que nunca he conocido,
y del que sólo quedan sus círculos de música?
Veo a mi madre erguida al borde de mi alma,
como álamo, temblando. Unas monjas recuerdo:
como amapolas secas, surgen entre la niebla . . .
El sol brilla en los sauces. Columbro una carreta
cargada de hojarasca. Al peso del arado,
crujían las oscuras costillas de la tierra . . .
Era un cuando sin cuando. Era un espejo, en donde
nunca inscribió el relámpago su helecho fulminante.
Días, años, en la ascua del espacio infinito,
viendo volver el mismo colibrí a los rosales.
El mismo río, idéntico fragor de terciopelos
del viento enardeciendo tejados y arboledas.
Un niño de ojos tristes eleva una cometa.
Y siempre son los mismos: cometa, niño y cielo.
¿En dónde confundiste, infancia, mis facciones,
el ser que nunca he sido y me remuerde siempre?
Empapada de sueño y de melancolía.
mi imagen se adelanta y no la reconozco.
Con un muñón de estrella golpeo en el pasado.
Me responde un camino de flores amarillas,
un zumbido de moscas, un aroma de bueyes.
Hay una casa lóbrega y un hombre solitario.
"¡No tengas miedo, Hipólito! Dicen que ama los niños."
Pero mi rostro, infancia; el que labró mi sangre,
cuando el tiempo medía tan sólo por distancias;
aquel que vacilaba al fondo de las charcas,
camino de la escuela, antes de que un cuchillo
de soledad separe mi corazón del mundo,
¿en qué insondable pliegue de la sangre me llora?
Mi abuela fuma y teje sentada en la terraza.
Alguien riega la tinta y mancha los cuadernos.
Toman mi desamparo como signo de culpa . . .
La soledad, ahora, me hace dos efraínes.
Su hostilidad comprendo. ¡Sólo uno es verdadero!
El otro sustituye al que jamás he sido.
¡Ay diamante extraviado al iniciar el tránsito,
tus destellos persisten en torno a mi cadáver.
Un callejón recuerdo, con sombra y madreselvas.
Apoyado en el puente, miro las golondrinas.
El agua, entre las piedras, daba traspiés de espuma.
Nubes y gavilanes duermen tras las colinas . . .
Entonces no existían la mirada ni el pájaro:
la paloma era el ojo que al alma regresaba.
¿Cuándo advertí que el mundo estaba al otro lado?
¿Cuándo noté que el árbol no me necesitaba?
¿Cuándo supe que mi ansia no hace brotar la hierba?
Mamá lloraba mucho si es que llegaba tarde.
La rueda del molino se ha cubierto de musgo.
Hago memoria. Caigo al fondo del olvido.
¿Soy yo quien allí sueña que he de soñar todo esto?
Identidad perdida, laberinto de espejos
donde mi faz su lámpara, sin cesar, repetía.
Igual que para el pez, absorto tras el vidrio
frío de la redoma, no había dentro o fuera.
Hoy en la duración contienden sangre y mundo.
Ahora instala el rayo su imperio fugitivo.
Todo se va y no vuelve. Nada es ya, todo fluye;
como flecha transcurre y se hunde en el crepúsculo . . .
Infancia, vieja amiga, devuélveme los ojos
que inventaron los pájaros y las constelaciones.
Devuélveme los nombres con que fundé el espacio,
las huellas de los pasos sin residuo de tiempo.
Devuélveme el canario y su jaula de alambre,
los bolsillos colmados de vidrios de colores.
¡Restitúyeme el rostro del ser que nunca he sido! . .

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