El  fragmento

Muerte profunda más allá de la ilusión

Iván Ulchur
-"No hay azares absolutos"- se repetía maquinalmente el hombre mientras miraba a su alrededor con ojos desquiciados. La calle estaba solitaria en un mediodía dominical rutinario. Sufría de ganas malparidas de inmortalidad. Sintió la densidad del aire, su nube de pensamientos y el espejo de un final mil veces celebrado. Había preparado cuidadosamente su partida: la canana, la chaqueta militar, el cinturón terciado en cruz, la metralleta Uzi, el colt 45, el sombrero alón, su estatura de toro padre, su bigote romántico. La selva sería su telón de fondo. Un espectáculo digno de cualquier película de suspenso y emoción. Entonces, la muerte caminó hacia un hombre calvo y con lentes de intelectual miope. Estalló el caos. Alguien alcanzó a gritar: ¡Carajo, una emboscada! El hombre calvo salió disparado hacia la constelación de la leyenda. Ya no era el ratón de bibliotecas que se quedaba los fines de semana complotando con sus mezquinos personajes. Murieron todos, incluidos los mierdas reclutas que venían fumando en el camión. El sólo sintió como si un remolino se lo hubiera tragado. Como si un monstruo lo hubiera arrastrado hacia el centro de la tierra entre fanfarrias de balas.​​​​​​