De izquierda a derecha: Liset Lantigua (escritora invitada), Ruth Rodríguez (Coordinadora del Concurso), Valentina de la Torre (ganadora), Carmen Fernández Salvador, decana del Cocisoh.
13:17:00
Universidad San Francisco
de Quito
Colegio de Ciencias
Sociales y Humanidades
Acta del fallo del jurado
del Concurso Nacional de Relato Interpretatio 2019
En la ciudad de Quito, el
día miércoles 15 de mayo de 2019, se
llevó a cabo la reunión del jurado para el Concurso de relato Interpretatio 2019, convocado por el Colegio de
Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad San Francisco de Quito. La
reunión contó con la presencia de su decana, Carmen María Fernandez-Salvador, y
representantes del jurado que estuvo integrado por Antonia Carcelén,
Giulianna Zambrano, Ana Hurtado, María Alejandra Zambrano, Christopher Minster,
Jorge García, María Auxiliadora Balladares y Ruth Rodríguez, profesores de la
USFQ. El jurado falló a favor del cuento “Amelia Labrador”
enviado con el pseudónimo "Azul", cuya autora es Valentina Isabel de la Torre Guerrero, con CI.
171983569-4.
El jurado decidió otorgar
el primer puesto, considerando que el cuento ganador:
1. Se
inscribe dentro de la calificación de historia de interpretación literaria, ya
que se ajusta al estilo y argumento del poema base del concurso de la escritora
Liset Lantigua.
2. Posee
cualidades de originalidad y honradez, y promete el desarrollo de un estilo
propio.
3. El
tema es desarrollado con orden lógico, unidad y transparencia, al presentar las
ideas de manera coherente y sostenida.
4.
Demuestra un adecuado manejo del lenguaje y un estilo breve, preciso y
directo, característico del género de relato.
5. Capta
la atención del lector, transportándolo al ambiente que describe y posee un
cierre interesante.
De acuerdo a la cláusula 6
de las bases establecidas para el presente concurso, el jurado concede el
premio de una beca completa para una carrera de pregrado en Artes Liberales o
un área afín.
Entregado, el día de hoy,
miércoles 29 de mayo de 2019.
Atentamente, _____________________________
Ruth
Rodríguez
Coordinadora
Concurso de Relato Interpretatio 2019
14:45:00
Liset Lantigua
Poemas de Liset Lantigua, bases para los cuentos
LA EXTRAÑA
Tenía un toque leve
de diosa o de princesa.
Llegó a mitad de año,
cargaba una maleta.
Tuvo un puesto a mi
lado, me preguntó la edad.
Yo le mentí con eso
de casi quince años.
Después le vi los
ojos y deseé sus manos
y pensé en esos
viajes de los hombres de mar.
Luego vino el momento
de crecer sin mentiras.
La llevé de la mano a
una casa vacía
y le mostré los mapas de un amor de verdad.
Ella dobló sus cosas,
las guardó lentamente.
Me dijo que se iría,
que extrañaba la muerte.
Que era tarde, muy
tarde, para volver a amar.
SIN PEDIR PERMISO
En el Polo Norte, los
esquimales
calientan sus iglúes
con aceite de focas
Y ballenas.
Bajo el hielo redondo
que los cubre,
sienten calor.
Conversan de sus
sueños, se acarician,
beben caldo y cuentan
las largas
noches
En este país sin
nieve siento el frío
que ellos no tendrían
en sus casas,
entre pieles de focas
y de osos.
Este no es el
invierno de los polos,
pero la nieve llega a
meterse en el alma
como una capa
fina.
Lo que mis ojos ven
no es más que asfalto,
Edificios inmensos,
Avenidas.
La cuidad es más
linda en las postales.
Yo extraño el
diminuto país en el que vi la luz,
las montañas enormes,
los amigos.
Si pudiera elegir,
elegiría verlos.
Pero estamos a miles
de kilómetros,
a lunas y lunas.
Mis alumnos me
cuentan cada cosa
“nuevo profe de Mate”
“la Sofi entró por
fin con el Daniel”
“Al Santi le operaron
las orejas”
“El Felo Santiesteban
se jubila”
Todos los días pasa
alguna cosa para ellos
Es intrascendente:
PAROS
APAGONES
APAGONES
Aquí, les digo, no
ocurre nada nuevo.
Nada, absolutamente.
Un día y otro.
¿O será que no tengo
ojos para esto?
será que sólo existo
para el frío
mientras en mi país
la vida sigue
y ella ocupa mi
puesto con sus cosas:
su mochilla amarilla,
su nostalgia
repleta de preguntas
redundantes:
¿Cuándo vas a volver?
¿Cuándo regresas?
Y yo le digo:
espera, que el
invierno se acabe
falta poco.
Pero esto que el frío
termine
es una duda enorme y
con espinas.
Por ahora le pido al
sol que deje de esconderse
y cuento con un
milagro de esos que hacen
que tipos como yo
lleguen a grandes,
se gradúen,
consigan un trabajo
y logren comprar un
boleto de avión
sin pedir permiso.
EL CAIRO
Aquí, entre estas
cuatro paredes,
no veo más que
números inmensos.
Yo también soy un
número,
un número menor entre
todas las fechas
de la historia,
entre todos los
nombres de la Tierra.
Ahí, en una esquina
muda,
estás sentada
mientras el tiempo
roza las paredes.
sentada como una
estatua egipcia,
sin otro movimiento
que el del viento
que a veces entra y
sale.
Tu pelo, más ligero
que la hierba,
ahora es piedra dura.
y tus manos,
y tus anillos,
y esa pulsera opca
que te di hace siglos,
antes de las
pirámides,
mucho antes de que
existiera el papel
de esos versos.
Hay algo extraño en
amar de este modo,
algo que tiene que
ver con la luz,
con la claridad que
no llega a esta aula.
Algo parecido al
aleteo de las aves en un museo,
o a la botella que el
mar no deja llegar a unas manos
con el mensaje
eterno.
Algo como el rumor
del agua que no abandona
el glaciar,
y es solo agua,
agua
atrapada en un túnel
de hielo.
En esta clase de
sombras somos treinta.
Al más leve
movimiento de tu mano
Yo podría ser piedra
también.
Un gato en piedra yo.
No un gato de tejado.
Un gato egipcio
Lejos de su princesa,
separado de ella por
un montón de estatuillas
de guerreros muertos.
Esta aula empieza a
parecerme un sarcófago.
¿A qué faraón le debo
agradecer por encontrarte aquí,
miniatura de oro?
El profesor me mira y
mueve los labios.
Sin duda dice algo
importante,
algo definitorio,
algo que podría
salvar mi futuro.
Pero qué importa el
futuro si uno está en el fondo de un
sarcófago,
enamorada de la
princesa egipcia
que siempre lo
ignoró…
Porque las antiguas
princesas egipcias
no se enamoraban de
sus gatos.
En fin… la historia,
el aire de las 11 y
46,
me pregunto si en el
mundo
aún quedarán
pirámides
ocultas.
ÓYELO BIEN
De pronto no somos
más y no es la muerte.
Somos dos puños
contra los oídos,
nuestros puños de
arena escurridiza
y agua de mar,
de mano abierta al
viento de los muelles,
esa promesa en alto,
el gesto,
el vamos a volver…
Somos unos vestidos
sobre las ráfagas,
Entre elefantes.
Unos vestidos de
tierra adentro,
una anterior
desnudez,
un presagio de ola
que
envuelve,
que borra y barre
todo.
De pronto lo que
amamos no responde.
No sabe si mentir, va
en esas ropas vacías.
Se parece a esas
ropas.
Pierde cada botón
contra el embate,
los hilos que zurcían
el deseo,
los ritos,
el todo sería peor si…
de pronto ya no hay
aves.
Ya no nos quieren ver
y no es el miedo.
No nos quieren besar
y no es la prisa.
Está tendido el mundo
con una sabanita
y la luz baja
y baja
y cala el agujero en
el que duerme
de uno
en uno
el cuerpo
su dolor.
El mundo se vacía de
repente.
Apenas unas almas
resignadas,
otra idea del orden…
La foto del abrazo en
la montaña,
el gato diminuto de
la hacienda,
el lago, el mar, la
luz y todo eso
que se olvida
un poco antes de
decir adiós,
Óyelo bien.
14:26:00
Amelia Labrador
Amelia Labrador
se subió a un taxi el 10 de febrero del 2019; el conductor saludó muy gentil,
preguntó por el destino y prosiguió a llenar el silencio tendido entre los dos
con un tono relajado. “Hace poco me pasó algo rarísimo, mi perro de más de 10
años dejó de ladrar y comer”, le dijo el taxista con una sonrisa serena.
El hombre
explicó que ya no aullaba, ni movía la cola y que incluso sus patas dejaron de
producir el tan familiar clac-clac-clac.
Amelia realmente sintió una pena profunda y no atinó a decirle al conductor que
su perro, si no estaba muerto ya, se aproximaba al final de su vida. “Lo único
que parece permanecer igual es el brillo inteligente de sus ojos”, dijo,
“realmente no sabía qué hacer, mi pobre amigo, la causa de quejas de toda la cuadra,
callado y apagado”. El taxista le explicó a Amelia que su perro era el único
ser con el que compartía sus días; nunca se casó ni tuvo hijos. “Lo llevé al
veterinario y éste me dijo que lo lamentaba, pero la edad de mi Bobby le jugaba
una mala pasada. Me explicó que los órganos de mi perro se iban apagando uno a
uno y por lo tanto no tardaría en morir”. El hombre suspiró, pero continuó con
su narración mientras el coche doblaba la esquina. Amelia asintió con gran
pesar.
“Esa misma noche, dormí abrazando a Bobby
recordando los buenos tiempos. La primera vez que lo vi con el hocico atrapado
en una reja, las visitas al veterinario, todas las veces que corrimos juntos en
el parque…Me quedé dormido, hasta que entre sueños escuché ladridos. Éstos eran
desesperados y agónicos y al despertar no encontré a Bobby entre mis brazos.
Bajé las gradas despacito, poco a poquito…” contó el hombre, sin quitar la
mirada del semáforo en rojo frente a ellos. Lo único que delataba su estado eran las manos
temblorosas aferrándose al volante. “¿Y qué pasó? ¿Qué le sucedía a su amigo? ¿Por
qué no corrió en su ayuda?”, preguntó Amelia, totalmente consumida por la
historia. “Tenía miedo”, admitió el hombre “No sabía si finalmente había
perdido la razón”. “¿Por qué?” Entonces,
la primera lágrima cayó en el cuello de la camisa del hombre. “Poco a poco, los
aullidos frenéticos y desordenados empezaron a tomar sentido” -las palabras del
taxista se tornaron en balbuceos, “Al entrar a mi cocina no pude creerlo: mi
perro estaba ahí, pero su forma de mirarme era… era casi humana… y él estaba
hablándome”. “¿Hablándole?”
“Óyelo bien me decía óyelo
bien” -el hombre ya no guardaba compostura alguna. “¿Está bien señor?”, dijo
Amelia sintiendo escalofríos que le recorrían la espalda. “Pare por favor, no
puede manejar así, ¡nos va a matar!” El conductor frenó a raya, pero no dio
señales de quitar el seguro de las puertas. Sólo entonces volvió su cara a la
aterrorizada chica. “Su voz era ronca y vocalizaba cada palabra con cuidado, mi
perro continuó: De pronto no
somos más y no es la muerte. Somos dos puños
contra los oídos, nuestros puños de arena escurridiza y agua de mar, de mano
abierta al viento de los muelles; esa promesa en alto, el gesto, el vamos a volver… Somos unos vestidos sobre las ráfagas,
entre elefantes.” “Déjeme salir o voy a llamar a la policía” -Amelia
apenas entendía los lamentos incoherentes del hombre. Empezó a forcejear con la
puerta, pero ésta no cedió. “Por favor señor déjeme, me quiero ir… le pago más si
es lo que quiere, pero abra la puerta.”
“De pronto lo que amamos no responde. No sabe si mentir, va en esas ropas vacías”. El conductor no le sacaba la vista de encima a Amelia. “El pobre Bobby no respondía. ÉL IBA EN ROPAS VACÍAS.” “Señor n-no gr-g-grite por favor.” Amelia estaba paralizada, pero un instinto le dijo que ignore los gritos del hombre. Aplastó el botón del control unido a la llave del coche y abrió la puerta.
“De pronto lo que amamos no responde. No sabe si mentir, va en esas ropas vacías”. El conductor no le sacaba la vista de encima a Amelia. “El pobre Bobby no respondía. ÉL IBA EN ROPAS VACÍAS.” “Señor n-no gr-g-grite por favor.” Amelia estaba paralizada, pero un instinto le dijo que ignore los gritos del hombre. Aplastó el botón del control unido a la llave del coche y abrió la puerta.
El taxista solo la siguió con su psicótica
mirada mientras corría, alejándose a tropiezos del carro. Todo alrededor de
Amelia se convirtió en un borrón de árboles, personas y casas hasta que sus
pulmones le parecieron estar hechos de
carbón al rojo vivo. Al detenerse, tomó largos tragos de aire y miró a su
alrededor buscando el auto celeste que tanto terror le causaba. Al no
encontrarlo, se sentó en la vereda más cercana e intento desacelerar el pulso
que retumbaba en sus oídos. Sus medias nylon estaban rasgadas y sus rodillas y
codos raspados. El bum-bum de su
propio corazón se iba haciendo más potente, mientras su mente no dejaba de
correr.
Un San Bernardo
sacó el hocico por entre las rejas de la casa de al frente. “GUAU… GUAU… GUAU…
GUAU…” El perro hizo contacto visual con Amelia. “GUAU.. Guau.. Gu…” Se paró en
dos patas y murmuró con una voz chillona: “De pronto ya no hay
aves. Ya no nos quieren ver y no es el miedo. No nos quieren besar y no es la
prisa.” “Esto no puede ser”, dijo Amelia sollozando con la cara entre las
manos; las lágrimas lo hacían todo borroso y surrealista. De repente, el
poético monólogo del perro tuvo un fin abrupto, seguido de un lamento agudo y
Amelia no pudo resistir la tentación de echar una mirada entre sus dedos. El
perro había sido brutalmente atropellado por un vehículo. Amelia sintió culpa
por la inmensa cantidad de alivio que la invadió, de todas formas, dio un
respiro profundo. “Seguramente fue todo fruto de mi estrés… Eso es, estrés y ansiedad,
estos días el trabajo no me deja un minuto de relajación. Algún momento tenía
que estallar la burbuja... Esto
fue lo que pensó la chica, intentándole encontrar algún sentido a la situación.
“Está
tendido el mundo con una sabanita y la luz baja…y baja…”; la chica oyó que
alguien mascullaba detrás. Amelia se dio la vuelta muy gradualmente para
encontrar la vitrina de una tienda de animales.
Un pequeño shitzu encaramado contra el cristal dijo “El mundo se vacía de repente. Apenas unas
almas resignadas, otra idea del orden…”, y un viejo y gordo perro salchicha declaró
solemnemente “Todo eso que se
olvida un poco antes de decir adiós, óyelo
bien.”
Amelia cada vez
oía más y más: el mundo era un huracán y ella se encontraba dentro. El torrente
de voces ensordecedoras se ahogaba unas a otras y el color de su visión se iba
drenando. Muchas
voces graves y agudas unidas dijeron, cada vez con más volumen “Óyelo bien. ¡Óyelo bien! ¡ÓYELO BIEN!¡OYE EL
LAMENTO DE LOS QUE SABEN QUE SE VAN!¡DE LOS QUE YA TIENEN UNA PATA EN EL OTRO
MUNDO!” El universo se expandía y ella se hacía más y más pequeña, así se
quedó hecha un ovillo en el suelo hasta que escuchó una voz que se alzaba sobre
las demás. “Doctora… ¡DOCTORA! ¡Todos los perritos de las vitrinas perdieron la
conciencia!” “Por Dios enfermera, ¡ninguno responde! Temo que todos…Todos están
muertos… Oiga, señora, usted ¿no vio cómo pasó? ¿comieron algo? mostraron algún
síntoma antes de..” Pero Amelia no escuchaba las palabras que la interrogaban,
solo podía fijarse en la única voz, dulce y fina que continuaba con el canto,
casi como si estuviera contando un secreto. Después de un segundo se dio
cuenta, que era la suya …
Óyelo bien…. Óyelo bien…. Óyelo bien…
Por:
Azul
14:23:00
14:22:00