Escritora invitada


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Liset Lantigua


Poemas de Liset Lantigua, bases para los cuentos


LA EXTRAÑA
Tenía un toque leve de diosa o de princesa.
Llegó a mitad de año, cargaba una maleta.
Tuvo un puesto a mi lado, me preguntó la edad.

Yo le mentí con eso de casi quince años.
Después le vi los ojos y deseé sus manos
y pensé en esos viajes de los hombres de mar.

Luego vino el momento de crecer sin mentiras.
La llevé de la mano a una casa vacía
 y le mostré los mapas de un amor de verdad.

Ella dobló sus cosas, las guardó lentamente.
Me dijo que se iría, que extrañaba la muerte.
Que era tarde, muy tarde, para volver a amar.



SIN PEDIR PERMISO

En el Polo Norte, los esquimales
calientan sus iglúes con aceite de focas
Y ballenas.
Bajo el hielo redondo que los cubre,
sienten calor.
Conversan de sus sueños, se acarician,
beben caldo y cuentan
las largas
noches

En este país sin nieve siento el frío
que ellos no tendrían en sus casas,
entre pieles de focas
y de osos.

Este no es el invierno de los polos,
pero la nieve llega a meterse en el alma
como una capa
fina.  

Lo que mis ojos ven no es más que asfalto,
Edificios inmensos,
Avenidas.
La cuidad es más linda en las postales.

Yo extraño el diminuto país en el que vi la luz,
las montañas enormes,
los amigos.

Si pudiera elegir, elegiría verlos.
Pero estamos a miles de kilómetros,
a lunas y lunas.  

Mis alumnos me cuentan cada cosa
“nuevo profe de Mate”
“la Sofi entró por fin con el Daniel”
“Al Santi le operaron las orejas”
“El Felo Santiesteban se jubila”

Todos los días pasa alguna cosa para ellos
Es intrascendente:
PAROS
APAGONES
Aquí, les digo, no ocurre nada nuevo.
Nada, absolutamente. Un día y otro.
¿O será que no tengo ojos para esto?
será que sólo existo para el frío
mientras en mi país la vida sigue
y ella ocupa mi puesto con sus cosas:
su mochilla amarilla, su nostalgia
repleta de preguntas redundantes:
¿Cuándo vas a volver?
¿Cuándo regresas?

Y yo le digo:
espera, que el invierno se acabe
falta poco.

Pero esto que el frío termine
es una duda enorme y con espinas.

Por ahora le pido al sol que deje de esconderse
y cuento con un milagro de esos que hacen
que tipos como yo lleguen a grandes,
se gradúen,
consigan un trabajo
y logren comprar un boleto de avión
sin pedir permiso.




EL CAIRO

Aquí, entre estas cuatro paredes,
no veo más que números inmensos.
Yo también soy un número,
un número menor entre todas las fechas
de la historia,
entre todos los nombres de la Tierra.
Ahí, en una esquina muda,
estás sentada
mientras el tiempo roza las paredes.
sentada como una estatua egipcia,
sin otro movimiento que el del viento
que a veces entra y sale.
Tu pelo, más ligero que la hierba,
ahora es piedra dura.
y tus manos,
y tus anillos,
y esa pulsera opca que te di hace siglos,
antes de las pirámides,
mucho antes de que existiera el papel
de esos versos.
Hay algo extraño en amar de este modo,
algo que tiene que ver con la luz,
con la claridad que no llega a esta aula.
Algo parecido al aleteo de las aves en un museo,
o a la botella que el mar no deja llegar a unas manos
con el mensaje eterno.
Algo como el rumor del agua que no abandona
el glaciar,
y es solo agua,
agua
atrapada en un túnel de hielo.
En esta clase de sombras somos treinta.
Al más leve movimiento de tu mano
Yo podría ser piedra también.
Un gato en piedra yo.
No un gato de tejado.
Un gato egipcio
Lejos de su princesa,
separado de ella por un montón de estatuillas
de guerreros muertos.
Esta aula empieza a parecerme un sarcófago.
¿A qué faraón le debo agradecer por encontrarte aquí,
miniatura de oro?
El profesor me mira y mueve los labios.
Sin duda dice algo importante,
algo definitorio,
algo que podría salvar mi futuro.
Pero qué importa el futuro si uno está en el fondo de un
sarcófago,
enamorada de la princesa egipcia
que siempre lo ignoró…
Porque las antiguas princesas egipcias
no se enamoraban de sus gatos.
En fin… la historia,
el aire de las 11 y 46,
me pregunto si en el mundo
aún quedarán
pirámides
ocultas.


ÓYELO BIEN

De pronto no somos más y no es la muerte.
Somos dos puños contra los oídos,
nuestros puños de arena escurridiza
y agua de mar,
de mano abierta al viento de los muelles,
esa promesa en alto,
el gesto,
el vamos a volver
Somos unos vestidos sobre las ráfagas,
Entre elefantes.
Unos vestidos de tierra adentro,
una anterior desnudez,
un presagio de ola que
envuelve,
que borra y barre todo.
De pronto lo que amamos no responde.
No sabe si mentir, va en esas ropas vacías.
Se parece a esas ropas.
Pierde cada botón contra el embate,
los hilos que zurcían el deseo,
los ritos,
el todo sería peor si
de pronto ya no hay aves.
Ya no nos quieren ver y no es el miedo.
No nos quieren besar y no es la prisa.
Está tendido el mundo con una sabanita
y la luz baja
y baja
y cala el agujero en el que duerme
de uno
en uno
el cuerpo
su dolor.
El mundo se vacía de repente.
Apenas unas almas resignadas,
otra idea del orden…
La foto del abrazo en la montaña,
el gato diminuto de la hacienda,
el lago, el mar, la luz y todo eso
que se olvida
un poco antes de decir adiós,
Óyelo bien.




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