EL AMOR
Ariana Ramírez
Yo vivía solo, en una ciudad fría, en un pequeño pero cómodo apartamento en un quinto piso. Salía a comprar la comida para la semana todos los domingos, iba temprano porque entonces llenaban los anaqueles del súper con delicioso pan fresco y no había mucha gente por los pasillos.
La primera sección que aparecía luego de agarrar el carrito era la de los lácteos, pasillo que jamás visitaba porque nunca me ha gustado mucho la leche. Pero ese día era diferente. Había visto a los personajes de una película comiendo algo así y desde entonces no había podido dejar de pensar en ello. Me habían entrado unas ganas tremendas de hacerme: unas tostadas con queso.
¡Pero así! ¡Unas ansias ENORMES de ese queso pegajoso, salado y delicioso, perfectamente pegado a dos crujientes rebanas de pan!
La cantidad de quesos era abrumadora, los había blancos, artesanales, con hierbas, unos carísimos…Había tantos, y yo, como comprador era libre de escoger todos los que quisiera, siempre y cuando me alcanzara el dinero para pagarlos. Pero yo sólo quería uno, uno como el que había visto en televisión, uno que luzca así de perfecto en el pan y que tenga ese sabor que tanto parecía gustar a los personajes.  Entonces, en el momento, abrumado por las opciones, tomé el primer paquete que vi, el más cercano, el primero que capturó mi atención. Y ya. Fui, pagué y conduje a casa ansioso por probarlo.
Ni siquiera esperé al desayuno.
Con mucho cuidado procedí a prepararme la tostada ideal -admitiré que incluso busqué tutoriales en internet para lograr que todo fuera perfecto- tosté el pan embarrando un toque de mantequilla en la sartén, corté el queso justo del grosor indicado y finalmente agregué algo de orégano, llegando a sentirme como todo un profesional.
Cuando mi tostada estuvo al fin lista la deposité sobre una servilleta en un elegante plato de cerámica blanca. Y así, la primera mordida fue perfecta. Me dejé llevar y como en un trance me la acabé toda rápidamente.
Ese día me comí tres tostadas, a la mañana siguiente desayuné cuatro y al día siguiente seguía teniendo suficiente queso en el refrigerador para continuar con el frenesí toda la semana.
Pero al tercer día me percaté de algo.
Aquel queso blanco que había comprado no se derretía tan bien como debería, lo cual me pareció un detalle menor que no me impidió seguir comiendo. Pero luego, al cuarto día, me pareció demasiado salado cuando probé el primer bocado; al segundo bocado no pude evitar recordar la imagen de la misma tostada en televisión y suspirado me retiré de la mesa sin terminar mi inútil intento de tostada.
Luego, al quinto día, ya no me apetecía seguir desayunando lo mismo.
Pude haber regresado al súper a comprar un queso diferente…pero no me sentía motivado. El recuerdo de los estantes abarrotados de alternativas, el inevitable esfuerzo que implicaba ponerse a buscar, comparar, agacharse para ver las opciones de abajo o estirarse para alcanzar los del estante más alto…simplemente no parecía merecer la pena.
Fue así como ese paquetito decorado con letras amarillas, cuyo contenido había podido satisfacer mis ansias del inicio, que había sido perfecto, quedó atrás.  Ya no tenía ganas de comerlo. Y era de esperarse, después de todo lo había escogido sin pensar, el paquete más cercano, el primero que llamó mi atención, en el estante que estaba justo a nivel de mi campo de visión, en el momento me había engañado pensando que era el único queso que valía la pena comprar.
Pero había sido mentira, y ahora ya no me interesaba comprar ningún queso.
Eventualmente excedió su fecha de caducidad, su lisa superficie se arrugó, le salieron manchas oscuras y una posa de líquido salió de él formado un charco alrededor. Yo sólo atinaba a mirarlo con fastidio, sin ganas de tocarlo siquiera, sin motivación para sacarlo de mi vida. Sólo cerraba la puerta de la refrigeradora abandonándolo al frío y la oscuridad.
Hoy le han salido piernas y se ha marchado, lo he visto desde el mesón donde me había sentado a tomar café. Salió de la refrigeradora y se abrió paso por la cocina…Se detuvo en el marco de la ventana un momento, para luego, sin voltear una sola vez, arrojarse al vacío.

Me acerqué rápidamente a ver por la ventana, pero allí donde se había estrellado sólo quedaba polvo, polvo que ya ni siquiera era queso, polvo que ya no era nada.
Tenemos el agrado de comunicar al público, el nombre de la ganadora para la Beca Interpretatio de Relato 2017. Ella es ARIANA ESTEFANÍA RAMÍREZ OROZCO de la ciudad de Guayaquil, quien participó con el cuento "El amor". 
El Jurado integrado por Christopher Minster, Jorge García Núñez de Cáceres, María Auxiliadora Balladares, Gabriela Rota, Iván Ulchur y Ruth Rodríguez, todos profesores de la USFQ, consideraron que el cuento es merecedor de este premio porque:
1. Es ingenioso.
2. Posee un final inesperado e irónico.
3. Capta de forma permanente la atención.
4. Posee un adecuado uso del lenguaje.
5. Es claro, coherente y mantiene la unidad.
6. Describe la escenografía con adecuado lenguaje sensorial.
7. Es original y produce interés.

Atentamente,
Ruth Rodríguez Serrano
Coordinadora del Concurso Nacional Interpretatio de Relato