CUENTO GANADOR 2018


Primavera
Doménica Aguilar Karolys 
Hay momentos en los que el corazón se para y todo el tiempo del mundo pareciera caber en un minuto, en un beso, en una caricia….  Hay instantes en que la vida se escapa de golpe y nos resignamos al olvido como destino infalible, porque para una Geisha el amor es tarea pendiente.
Miré la blanca puerta salpicada de rosas, tomé una fuerte bocanada de aire y la corrí. Frente a mí encontré un torso desnudo. Mis ojos se elevaron hasta chocar con los del dueño de aquel cuerpo. Sentí el rubor correrse por mis mejillas, sus ojos desprendían un brillo juvenil, mientras mi piel arrugada se escondía tras mi viejo abanico. Un espasmo de inusual vergüenza recorrió mi cuerpo. En mi trabajo la vergüenza debía dejarse de lado, pero la jovialidad que percibía en ese rostro hizo que mi cuerpo se estremeciera. Encontré entonces en él un recuerdo fugaz que poco a poco se convirtió en una escena clara del pasado.
Había salido a dar una vuelta, el aire de la primavera rozaba mis mejillas, mientras  secaba el sudor de la jornada diaria que me cubría desde la frente hasta las piernas. Me detuve frente a un pequeño estanque, era un lugar tranquilo en el que podía descansar del ruido del hogar, mi hogar. Mirar los nenúfares me distraía y permitía que mi cuerpo descansase. Me senté en una banca de piedra, junté mis piernas, el calor de mis muslos rozándose era simplemente acogedor. Me levanté y con un caminar lento me acerqué al estanque, asenté mis rodillas en el césped y mis ojos se dirigieron al reflejo en el agua, me veía cansada, con el maquillaje perfecto que escondía la tristeza de mi rostro. De pronto, otra silueta se dibujó junto a la mía en el agua, era un rostro masculino de rasgos finos, alcé súbitamente la mirada y me encontré con unos ojos destellantes, llevaba un pequeño trébol que amenazaba con desmayarse entre sus dedos.
Me acercó la pequeña planta, se veía algo marchita pero conservaba sus cuatro hojas intactas. Lo miré desconcertada ¿Cómo un joven tan apuesto podía entregarle obsequios a alguien como yo? Me miró sonriente y articuló una frase que sigue rondando mi cabeza _Quisiera atrapar el reflejo del agua y llevarlo conmigo, no solo hoy, llevarlo para toda la vida_. Me sobresalté y contesté con la mayor verdad, simulando no haber oído nada y agitando con mis dedos el agua del estanque _Lástima que el agua puede volverse turbia y con ella también el reflejo que enmarca._ Me erguí y giré para retomar mi marcha, él me tomó de la mano _Permítame acompañarla a su casa_. Sonreí, aun dándole las espaldas; nerviosa ante aquella idea le dije _Mire… no dudo que  mi hogar lo reciba como se merece, pero sí dudo que usted se atreva a entrar. En casa se siente como la selva,  las mujeres somos las más indefensas, aun así siempre logramos convencer con una pose_ soltó mi mano, lo miré por el filo del hombro, sus labios se abrieron _Si usted está aquí mañana estoy dispuesto a todo_.
Volví a la habitación, a sus paredes rojas y sus lámparas de papel. Frente a mí seguía aquel torso desnudo. Acerqué su rostro a mi pecho, no supe si amamantarlo como madre o como hembra. Su ser recorrió el mío y el calor de su cuerpo me hizo recodar un candor pasado. Desde entonces, cada domingo a la misma hora, nos encontrábamos bajo el cerezo blanco junto al estanque en el que nos vimos por primera vez… Bajo ese árbol me sentía pura, limpia, él se acostaba en mi regazo y su calor me hacía sentir segura. Juntos podíamos observar el mundo a nuestro gusto y no como ellos deseaban que fuera.
Hace varios años que había olvidado su nombre,  ahora era solo una estrella fugaz que viajaba en su mente. Sentía la necesidad de recordar ese nombre, entonces lo apartó de su pecho,  miró con atención su rostro,  aquellos rasgos eran familiares, le recordaban a aquel primer amor de hace cuarenta años, al trébol que tenía guardado en una pequeña caja dentro de su armario. Soltó entonces cuatro palabras -¿Cuál es tu nombre?-, en situaciones diferentes esa pregunta jamás se hubiera hecho, pero este era un caso especial. El joven contestó jadeando –Haru-, una lágrima rodó por la mejilla llena de arrugas limpiando el polvo blanco a su paso. Lloró al recordar a su primer amor, al pensar que el joven que ahora se encontraba sobre ella podría haber sido aquel  hijo añorado producto del gran amor que conoció en una primavera.

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